11/12/2008

¿Por qué no?

Era un día gris, oscuro, lluvioso y hacía frío. A priori parecía un día triste, pero en realidad me sentía feliz. Como cada vez que me apetecía reflexionar sobre mi vida me iba a aquel rincón en la playa donde observaba el horizonte durante horas y meditaba sobre mí. Y pasaron las horas, y no recuerdo las veces que sonreí al cielo dando gracias por tenerte, por sentirme tan feliz, por complementarme, por ser esa parte de mí de la que nunca supe nada hasta que te vi por primera vez y tu mirada helo la mía, me heló el cuerpo y el alma.

Durante un instante supe que aparecerías allí, porque tú sabías cuál era el rincón al que solía ir cuando estaba muy mal, pero también cuando estaba muy bien, en definitiva, cuando me apetecía encontrarme conmigo mismo, con esa parte que te entregué y que sólo podía ser mía en mi soledad, puesto que con tu presencia la embaucabas bajo tu poder, se rendía ante tus pies con solo una mirada, si sonreías deliraba y si se te ocurría rozarla con una de tus preciosas manos moría de placer.

Y viniste, sigiloso y cauto te acercaste hasta que estabas a pocos centímetros de mi espalda y, sin darme la vuelta, volví a sonreír al cielo porque sabía que tú también estabas sonriendo, porque me habías encontrado y porque, en aquel momento, los dos teníamos las mismas ganas de mirarnos a los ojos y besarnos. Me di la vuelta y allí estabas, espléndido, nuestras frentes, nuestros ojos, nuestros pómulos, nuestras bocas y nuestras barbillas quedaron a la misma altura, y como al son de una misma música nos acercamos lo justo para que nuestros labios se fundieran en ese beso que nos pedíamos sin palabras, que era nuestra clave secreta, ese beso que no podía faltar cada día, más tarde o más temprano, ese beso que busque durante tanto tiempo en otras bocas y jamás encontré hasta que probé la tuya y tu sabor quedó impregnado entre mis labios cual tatuaje grabado a fuego lento en la más frágil de las pieles.

Caminamos juntos por la arena de la playa, agarrados de la mano sin hablar, no hacía falta, nos conocíamos lo suficiente para que predijéramos con el más absoluto de los aciertos lo que cada uno decía con los ojos. En aquel momento recordé cuando nunca antes había creído que algún día sintiera algo así por alguien, y nos abrazamos otra vez en la orilla de la playa, nuestros cuerpos se devolvían el calor como en el más perfecto sistema de retroalimentación, protegiéndonos de la brisa helada que hacía aquel duro diciembre. Aún así, decidimos quitarnos los zapatos y acercarnos un poco más para sentir el agua en nuestros pies. Descalzos avanzamos apenas un metro y, cuando una pequeña ola murió en la orilla y su espuma blanca estuvo a punto de rozar mis pies sentí en ellos la baja temperatura del agua que recorrió mis piernas, me contrajo el estómago, me hizo apretar los dientes y cerrar los ojos.


Para cuando volví a abrirlos estaba tumbado en mi cama y un rayo de sol me encandilaba. Tanto silencio me inquietó, me incorporé lentamente, desconcertado porque no sabía cómo había llegado hasta allí. Pasaron apenas unos segundos, cuando me di cuenta de que no existías, de que eras producto de mi imaginación, de que venías solo de noche cuando yo estaba dormido, que te había creado en sueños según mi voluntad, y que todo aquello que me esmeraba por encontrar de día, solo lo conseguía de noche. Eras efímero en mis pensamientos pero tu imagen se desvanecía en mi mente para volver cada noche a surgir de un lugar que aún no sé exactamente si es real o es tan ficticio como tú.

Como dijo George Bernard Shaw, “algunos hombres ven las cosas como son y se preguntan por qué. Otros sueñan cosas que nunca fueron y se preguntan por qué no”...

2 comments:

Jaime Antonio said...

interesante narracion
me agrada
cuidate que ests bn


pasate por mi blog

http://elmagnanimocaustico.blogspot.com/

JaNeT said...

:| Sin palabras...impresionante la tecnica descriptiva...llegue a sentirlo:| WOW!! :|:| bsitos..