Aquí te dejo la primera parte de un relato corto que el curso pasado presenté a un concurso de literatura que hubo en mi facultad en celebración del día del libro; concurso del cual no recuerdo ni el nombre, pero que tampoco gané. El concurso consistía en escribir un relato corto que comenzase obligatoriamente con la frase "Como no podía ser de otra forma, estas cosas sólo pasaban en su compañía" y, además, tenía que guardar relación alguna con la foto que aparecía en el cartel, que era una imagen del tranvía de Tenerife... y éste fue el resultado.
Pronto subiré la segunda parte. Espero que te guste y que opines en los comentarios.
EL VIAJE DE VUELTA
Como no podía ser de otra forma, estas cosas sólo pasaban en su compañía. O eso creía. Un día más volvía del trabajo en aquel tranvía que detestaba por haber quebrado la ciudad en dos, pensaba en sí misma y en porqué se dejaba llevar hacia donde el destino dirigía su vida si ella quería nadar, precisamente, a contracorriente. Subía en tranvía porque era mejor que coger el coche en todo caso y seguir contaminando el aire que cada vez le faltaba más, como le faltaba en aquel momento, con el tranvía lleno de gente y mientras ella, mirando algún celaje, pensaba en su vida.
Natalia, sabedora del potencial empresarial que tenía, era consciente también de que había sido contratada como secretaria más por guapa que por inteligente y, aunque procuraba no arreglarse mucho para ir a trabajar, no podía burlar las miradas de su jefe y los comentarios con doble intención que rebasaban el umbral de lo que una mujer actual consideraría respeto. No podría decirse que aquello fuera acoso laboral, pero le molestaba profundamente. Y por ello se sentía infravalorada, se sentía objeto de las generalizaciones de la sociedad y de las pocas neuronas de su jefe y vivía en la hartura de no poder conseguir manejar su vida como ella quería.
Hacía cinco años y medio que había acabado su máster en Dirección y Gestión de empresas con notas lo suficientemente buenas como para poder saber aplicar toda aquella teoría a la compañía que cada noche soñaba crear, presidir y dirigir algún día. Era una trabajadora impecable y aprovechaba cualquier oportunidad para comentar posibles mejoras en su empresa y actuaciones que podrían dar un beneficio en un porcentaje lo suficientemente alto como para que aquellos sueldos que rozaban la esclavitud cambiaran, se sustituyeran los muebles y equipos viejos, se reformaran las oficinas y, aún con ello, los directivos pudieran embolsarse un buen pellizco. Pero los altos cargos que ella conocía apenas la escuchaban, mostraban interés solamente en sus pechos, sus piernas, sus manos, su pelo, sus labios o su caderas y, mientras ella les miraba directamente a los ojos y les comentaba las propuestas de mejora que había pensado, notaba como las miradas de aquellos hombres, mucho mayores que ella, recorrían su cuerpo rozando lo obsceno y, cuando finalizaba sus discursos, recibía por respuesta un “Natalia, eso no me parece buena idea ahora” o “Ése no es su trabajo” y nunca le dieron un voto de confianza, a pesar de que sus propuestas eran inmejorables.
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