15/12/2008

La mala educación

No, no voy a hablar de la película de Almodóvar, aunque la verdad que podría relacionarlo.
Cada fin de semana voy, religiosamente, a cumplir con mis ocho horas de trabajo diarias a la oficina de información donde trabajo. Trabajar de cara al público supone tener una serie de cualidades (y no me refiero a cualidades físicas) que, a veces, pienso que ni yo ni nadie “normal” en este mundo tiene; sobre todo, una paciencia del tamaño de Rusia.
Según unas estadísticas aproximadas que yo mismo he calculado muy por encima, sólo una persona de cada diez que se acercan a una oficina o ventanilla de información, o incluso a cualquier lugar que suponga una atención al público, usa las palabras “hola”, “buenos/as días/tardes”, “por favor”, “gracias”, “adiós/hasta luego”. Y repito, una estadística aproximada y echa, más bien, a ojo; no quiero imaginar cuál sería el resultado de un estudio hecho de manera seria. Muy hipotéticamente hablando, puedo decir que cada día que trabajo tengo conversaciones con 500 personas (muy por lo bajo también), lo que supone que de todas ellas, solamente 50 personas tengan una cierta educación. Yo no sé si a ustedes pero a mí los datos me alarman y hacen que mi paciencia se retuerza conteniendo las ganas de estallar y mandar a freír espárragos (por no decir lo otro) a las 450 personas que se creen que mis compañeros y yo somos máquinas o esclavos a su entera disposición. No me vale el argumento clasista “es que a ti te pagan por estar ahí y hacer eso”, ¡porque no!; a mí me pagan por atender e informar a las personas que lo desean, no por aguantar quejas sin sentido, malas caras, malos modos, contestaciones fuera de lugar, insultos, faltas de respeto… en definitiva, mala educación.

Lo peor de todo ya no son los datos que cito que, muy por debajo de la realidad, muestran lo que todos los que trabajamos cara al público tenemos que aguantar, sino que es mucho peor que sean las personas mayores los más maleducados, los mismos que luego se regocijan en su falsa moral, presumiendo en las conversaciones con argumentos del tipo “la juventud de ahora está echada a perder”, “¿y éstos van a ser el futuro del país?” o “los jóvenes no saben lo que es el respeto”. Luego tenemos el otro extremo opuesto, madres que vienen con sus hijos pequeños y son tan desagradables que, cada vez me topo con alguna, me pongo a pedirle a Dios, a Alá, a Jehová, o a quien narices maneje este mundo que sus hijos no sigan el ejemplo. Y no es que lo diga yo, pero es que está demostrado que los niños aprenden por imitación y si tú ves que tu madre es una ordinaria y una maleducada, probablemente y de forma inconsciente, se cree en ti una conducta similar, puesto que es lo que has aprendido y has visto como "normal". Gracias a “quien narices maneje este mundo” eso también va con las personas mismas y he comprobado que, en algunos casos, personas que no tienen un entorno familiar “estable” (llamémosle así), son cordiales, humildes, sencillos, al fin y al cabo, personas con educación.

Como buen sagitario tengo mi carácter y una paciencia que, aunque no es muy grande, tampoco es excesivamente pequeña y puedo sobrevivir a la vorágine que me supone ir a trabajar. Soy estudiante de turismo y, sinceramente, creo que no sé ni en qué mundo me estoy metiendo pero, lo bueno de todo esto, es que trabajos como el que tengo te ayudan a conocerte mejor, a tener un mayor control sobre ti mismo y a restar importancia a personas que no se merecen que se les dé más que la mínima. Gracias también a “quien narices maneje este mundo” acabo de salir de vacaciones y, hasta el 3 de enero, no voy a tener que aguantar a ningún… llamémosle “mal educado”.

Y para terminar mi discurso garrafal, cito a Herbert Spencer que dijo en una frase muy inteligente que “el objetivo de la educación es formar seres aptos para gobernarse a sí mismos, y no para ser gobernados por los demás”.

1 comment:

Jaime Antonio said...

me haces reflexionar mucho
:)

gracias
los blog deben ser aportes
y el tuyo lo es



cuidate un abrazo

nos leemos y comentamos


xau


el magnánimo cáustico