31/12/2008

Un año más


En la Puerta del sol
como el año que fue,
otra vez el champagne y las uvas y el alquitrán
de alfombra están.
Los petardos que borran sonidos de ayer
y acaloran el ánimo para aceptar
que ya paso uno más.
Y en el reloj de antaño
como de año en año,
cinco minutos más para la cuenta atrás,
hacemos el balance de lo bueno y malo,
cinco minutos antes de la cuenta atrás.
Marineros, soldados, solteros, casados,
amantes, andantes y alguno que otro
cura despistao.
Entre gritos y pitos los españolitos
enormes, bajitos, hacemos por una vez
algo a la vez.
Y en el reloj de antaño
como de año en año,
cinco minutos más para la cuenta atrás,
hacemos el balance de lo bueno y malo,
cinco minutos antes
de la cuenta atrás.
Y aunque para las uvas hay algunos nuevos,
a los que ya no están echaremos de menos,
y a ver si espabilamos los que estamos vivos
y en el año que viene nos reímos.
1, 2, 3 y 4 y empieza otra vez
que la quinta es la una
y la sexta es la dos
y así el siete es tres.
Y decimos adiós y pedimos a Dios
que en el año que viene
a ver si en vez de un millón
pueden ser dos.
En la Puerta del sol
como el año que fue,
otra vez el champagne y las uvas y el alquitrán
de alfombra están...
¡FELIZ 2009!

28/12/2008

And I miss you

Miras el crepúsculo, ves el sol cayendo, sumiéndose y sucumbiendo a la noche que llega oscura, con una brisa fría pero seca y un olor intenso que te sabe a magia. Las estrellas brillan y con sólo la luz de la luna podrías caminar por el cielo, camuflado, vestido de negro, cual pantera sigilosa va en busca de su mejor presa.

Te detienes en medio de una calle y al fondo oyes un leve sonido que marca un compás y cada vez va subiendo el volumen, vas sintiendo el suelo vibrar, te sube un calor por las piernas que te hace mover, cerrar los ojos y tomar una bocanada de aire que, al principio parece limpio y luego algo viciado. Una voz te hace abrir los ojos y estás en un local, rodeado de gente agitando sus cuerpos, desafiando la música y desafiándose ellos, unos a otros. La voz se acerca a tu oído y sientes el calor de su vaho, hablándote al oído, mientras ves como al fondo dos personas se hacen una.

Tus pupilas se dilatan, miran, observan el alrededor y aún no logras reconocer la voz que escuchaste, ni siquiera saber de dónde viene.

Cuerpos, luces, sombras, música, alcohol, calor, sudor, piel, respiración, voces, frío, hielo, gota, copa, tacto, olfato, gusto, mente, miembros, roces, miradas, sonrisas, pasos…

…and I miss you

23/12/2008

En estas fechas

Año tras año, cuando llega la Navidad, nos vamos ilusionando con retos de cara al nuevo año, nos ponemos nuevas metas, pedimos nuevos deseos y nos proponemos ser mejores personas, más solidarios, ayudar a quién lo necesita y un largo etcétera que, en muy pocos de los casos, se cumple.

La Navidad es una época bonita, sí, pero se ha banalizado demasiado, tanto, que hasta ha perdido su significado. Y no es que su mensaje religioso y arcaico me guste, pero menos me gusta el mensaje y la imagen comercializados de ahora en el que lo que importa es la cantidad de regalos que des y que, por supuesto, recibas.

Creo que sobra decir que mientras nosotros, los del “primer mundo” nos gastamos cientos y cientos de euros en juguetes, cenas, trajes, zapatos, joyas, fiestas y demás cosas añadidas con el tiempo a la Navidad, los del “tercer mundo” pasan hambre, frío y se mueren de enfermedades terribles que acaban cada día con una cifra espeluznante de personas.



No quiero ser sensacionalista, ni pesimista y, mucho menos, dar lecciones de moral porque, como dice la canción, “siempre supe que es mejor, cuando hay que hablar de dos, empezar por uno mismo” y tengo que aplicarme el cuento yo también, además, porque tampoco soy quién para ello. Lo que sí quiero es que recapacitemos un poco, pero independientemente de que sea Navidad. Si nos paramos en medio de una avenida, en la que la gente corre cargada de bolsas, refugiándose del frío y bajo la luz de las luces, miramos a nuestro alrededor y pensamos un poco en el significado tan frío y frívolo que tiene todo aquello, nos daremos cuenta de que, a lo largo del tiempo no hemos sido otra cosa que marionetas que nos hemos dejado llevar por la publicidad de las grandes superficies y el consumismo navideño.

Da igual la época del año, da igual el día y la hora, da igual el lugar, la estación, el momento y da igual si hay regalos o no. Cualquier momento es bueno para desear lo mejor, pare reunirte con tu familia y amigos y cenar, almorzar, merendar o desayudar, para regalarles lo que te apetezca y cuando te apetezca, sin que te empuje a hacerlo el Carrefour o El Corte Inglés. Cualquier momento puede significar más que cualquier cena de Nochebuena, porque cualquier momento puede pasar y nunca volver; es cierto que nunca sabes cuántos turrones más vamos a poder compartir con nuestra gente, pero ¿no es cierto también que tampoco sabemos cuántos veranos, ni cuántas primaveras, ni cuántos cumpleaños, ni cuántas tardes, ni cuántos amaneceres, ni cuántos días de lluvia nos quedan?



Nunca sabremos cuál va a ser nuestro último suspiro o, peor aún, el de aquellas personas que más necesitamos. Por eso, mi mensaje hoy desde aquí es que, independientemente de las fechas que sean, disfruten el momento, rían, beban, lloren, griten, canten, diviértanse, hablen, discutan, coman, y pásenlo en grande… vivan la vida, siéntanla y disfrútenla.



Cada momento es único e irrepetible entre los momentos y es tan probable que mañana puedas recuperarlo como que no, ¿acaso piensas arriesgarte a dejarlo pasar? Yo no.






¡FELIZ NAVIDAD!

21/12/2008

La historia de un sábado

Ésta es la historia de un sábado, de no importa qué mes…


Anoche celebramos mi cumpleaños, junto con amigos y amigas fuimos a cenar, a tomarnos unas copas y luego a bailar (y a seguir bebiendo), para disfrutar también las vacaciones, que ya nos hacía falta un respiro.

La verdad que lo pasamos muy bien, nos reímos mucho y, al final de la cena, me sorprendieron cuando se apagaron las luces del restaurante y empezaron a cantarme el cumpleaños feliz, mientras el camarero me servía un postre adornado con una vela, simulando una tarta. Fue gracioso. Luego vinieron los regalos, los cuales me encantaron todos, y ya después nos fuimos de copas y de fiesta.

Desde aquí quería agradecer a todos por estar conmigo en un día tan especial, por compartir mis 22 añitos y por hacérmelo pasar tan bien hasta incluso olvidar las cosas más negativas que, anoche, no cabían en ningún sitio. También quiero agradecer a todos los que no fueron y que sé que aunque querían estar allí conmigo, no pudieron, así como a aquellos que se acordaron de mí y, a lo largo del día, me fueron enviando mensajes y llamándome para felicitarme.

Sinceramente… ¡GRACIAS! Espero poder seguir cumpliendo muchos años más para que podamos seguir compartiéndolos todos juntos.

Aquí les dedico, en agradecimiento, “El hombre del piano (Piano man)” una canción preciosa, de mis favoritas que, para mí, significa mucho. Espero que la disfruten tanto como lo hago yo cada vez que la escucho. Y, otra vez, gracias.

20/12/2008

Una vez en diciembre

Hace 22 años, una fría tarde de un 20 de diciembre (12) de 1986… nací.

Nunca fui un niño muy diferente del resto, o por lo menos tampoco me lo dijeron nunca. A medida que fui creciendo me fui desarrollando en un ambiente que siempre se consideró normal, fui al colegio, al instituto, tuve amigos, amigas, jugábamos, salíamos y hacíamos alguna que otra gamberrada propia de la edad. Siempre llevé gafas porque tengo una gran falta de vista y, con el tiempo y siendo ya un adolescente, empecé a notar y a sentir cosas dentro de mí que sí que me hacían sentir, al principio, mal, aunque luego este sentimiento cambiaría, pero también diferente a aquellos que a mi alrededor estaban, a aquellos que habían crecido, jugado, reído y llorado conmigo. Tal vez esa sea la razón, o una de las razones, por las que me tuve que hacer más fuerte, el objetivo era sobrevivir, me rodeé en la mayoría de los casos de gente mayor, miré hacia mi futuro y, bien o mal, olvidé mi presente un poco esperando que algún día todo cambiase.



Desde ese entonces las cosas han cambiado mucho, es increíble pensar cómo en relativamente poco tiempo mi mundo ha girado de tal manera que la comparación entre pasado y presente es casi imposible. Aunque no todo es tan diferente. Siempre fui un niño sincero, directo y con carácter, lo cual me trajo y me ha traído muchos problemas, puesto que es difícil, en general, que la gente quiera escuchar la verdad tal y como es, incluso a mí me duele a veces. También siempre fui visceral y decidido a la hora de hacer algo que quería o de tomar mis propias decisiones, nunca lo pensaba más de lo necesario, lo hacía y afrontaba las consecuencias fueran como fueren, asumiendo mi propia responsabilidad. Si bien es cierto que, con la madurez, el tiempo y las cosas que cada uno va viviendo, se pasa muchas veces de ver el blanco y el negro con la rebeldía de la adolescencia, a darte cuenta de que hay una amplia gama de grises entre los dos colores opuestos y que se puede ser sincero sin llegar a ser radical ni hacer daño con la verdad, aunque no estuviera mal decirla.



Creo que en todo este tiempo he ido cumpliendo poco a poco las metas que me he propuesto y, por eso, me siento bien conmigo mismo en ese sentido. Siempre hay cosas que hacer, lugares por descubrir, personas que conocer, rincones que explorar, cosas que mejorar… en definitiva, nuevas metas por plantearse conseguir y, como hasta ahora, espero seguir haciéndolo.

Por ahora, me va a tocar celebrar esta noche mis “dos patitos”, pedir unos cuantos deseos y esperar e intentar que en el nuevo año, que está a la vuelta de la esquina, se cumplan. Ya te lo iré contando aquí.


Hoy también, precisamente, este blog cumple 2 meses, así que parece ser que hoy es el día del número 2. Compraré un cupón y, si me vuelvo millonario, no sé si te lo contaré (jajaja).

¡Besos y abrazos!

17/12/2008

Hilar tan fino

Qué difícil es aceptar que “a menudo, lo que más deseas es lo que menos necesitas”, que, en el amor, no basta con querer o amar, que lo que para alguien puede ser la felicidad, para otra persona no sea otra cosa que el comienzo de una amargura.

Mientras ella sentía amor, él sentía vacío, cuando ella lo buscaba él intentaba no estar, si intentaba hablar con él sólo veía su espalda y, aunque permanecía callada esperando respuesta, el silencio se le hacía eterno y le dolía más que cualquier castigo físico.

Ella sentía que ya no podía llorar porque se le habían acabado las lágrimas, él se dejaba llevar sabiendo que aquel callejón que cada vez se le hacía más estrecho, no conducía a ningún lugar y mientras la llama que un día encendieron juntos se iba apagando, un frío invierno hacía congelar sus sueños, sus sentimientos, sus esperanzas.

Qué duro es aceptar que mientras piensas en alguien esa persona no está pensando en ti, que lo que uno necesita, al otro hace daño, que la luz con la que él veía, a ella la cegaba, desconcertándola, haciéndola perder el norte.
Qué triste es mirar al mar y ver sólo el desierto.


Qué cerca estás y qué lejos te siento,
parece que hay un muro entre los dos,
cuando consigo saltarlo
al otro lado ya has saltado tú.
Intento hablar pero es perder el tiempo,
parece que hay un mundo entre tú y yo,
cuando la vuelta le he dado
por el otro la comienzas tu.
Es de esperar que se rompa en pedazos,
es natural, pues cae desde muy alto.
Con esa luz que tejes tus tejidos,
la misma luz me ciega y no consigo hilar tan fino,
hilar tan fino, hilar tan fino,
me ciega y no consigo hilar tan fino.
Qué vivo está pero se está muriendo,
qué humedad hay a nuestro alrededor
y al llover sobre mojado,
lo mismo da que cuando no llovió.
Qué frío está el tálamo que ataño
era un volcan, pero hoy ya se apagó.
Sólo hay cenizas en mi boca,
sólo hay cenizas en mi corazón.
Es de esperar que se rompa en pedazos,
es natural pues cae desde muy alto.
Con esa luz que tejes tus tejidos,
la misma luz me ciega y no consigo hilar tan fino,
hilar tan fino, hilar tan fino,
me ciega y no consigo hilar tan fino...
...hilar tan fino.

15/12/2008

La mala educación

No, no voy a hablar de la película de Almodóvar, aunque la verdad que podría relacionarlo.
Cada fin de semana voy, religiosamente, a cumplir con mis ocho horas de trabajo diarias a la oficina de información donde trabajo. Trabajar de cara al público supone tener una serie de cualidades (y no me refiero a cualidades físicas) que, a veces, pienso que ni yo ni nadie “normal” en este mundo tiene; sobre todo, una paciencia del tamaño de Rusia.
Según unas estadísticas aproximadas que yo mismo he calculado muy por encima, sólo una persona de cada diez que se acercan a una oficina o ventanilla de información, o incluso a cualquier lugar que suponga una atención al público, usa las palabras “hola”, “buenos/as días/tardes”, “por favor”, “gracias”, “adiós/hasta luego”. Y repito, una estadística aproximada y echa, más bien, a ojo; no quiero imaginar cuál sería el resultado de un estudio hecho de manera seria. Muy hipotéticamente hablando, puedo decir que cada día que trabajo tengo conversaciones con 500 personas (muy por lo bajo también), lo que supone que de todas ellas, solamente 50 personas tengan una cierta educación. Yo no sé si a ustedes pero a mí los datos me alarman y hacen que mi paciencia se retuerza conteniendo las ganas de estallar y mandar a freír espárragos (por no decir lo otro) a las 450 personas que se creen que mis compañeros y yo somos máquinas o esclavos a su entera disposición. No me vale el argumento clasista “es que a ti te pagan por estar ahí y hacer eso”, ¡porque no!; a mí me pagan por atender e informar a las personas que lo desean, no por aguantar quejas sin sentido, malas caras, malos modos, contestaciones fuera de lugar, insultos, faltas de respeto… en definitiva, mala educación.

Lo peor de todo ya no son los datos que cito que, muy por debajo de la realidad, muestran lo que todos los que trabajamos cara al público tenemos que aguantar, sino que es mucho peor que sean las personas mayores los más maleducados, los mismos que luego se regocijan en su falsa moral, presumiendo en las conversaciones con argumentos del tipo “la juventud de ahora está echada a perder”, “¿y éstos van a ser el futuro del país?” o “los jóvenes no saben lo que es el respeto”. Luego tenemos el otro extremo opuesto, madres que vienen con sus hijos pequeños y son tan desagradables que, cada vez me topo con alguna, me pongo a pedirle a Dios, a Alá, a Jehová, o a quien narices maneje este mundo que sus hijos no sigan el ejemplo. Y no es que lo diga yo, pero es que está demostrado que los niños aprenden por imitación y si tú ves que tu madre es una ordinaria y una maleducada, probablemente y de forma inconsciente, se cree en ti una conducta similar, puesto que es lo que has aprendido y has visto como "normal". Gracias a “quien narices maneje este mundo” eso también va con las personas mismas y he comprobado que, en algunos casos, personas que no tienen un entorno familiar “estable” (llamémosle así), son cordiales, humildes, sencillos, al fin y al cabo, personas con educación.

Como buen sagitario tengo mi carácter y una paciencia que, aunque no es muy grande, tampoco es excesivamente pequeña y puedo sobrevivir a la vorágine que me supone ir a trabajar. Soy estudiante de turismo y, sinceramente, creo que no sé ni en qué mundo me estoy metiendo pero, lo bueno de todo esto, es que trabajos como el que tengo te ayudan a conocerte mejor, a tener un mayor control sobre ti mismo y a restar importancia a personas que no se merecen que se les dé más que la mínima. Gracias también a “quien narices maneje este mundo” acabo de salir de vacaciones y, hasta el 3 de enero, no voy a tener que aguantar a ningún… llamémosle “mal educado”.

Y para terminar mi discurso garrafal, cito a Herbert Spencer que dijo en una frase muy inteligente que “el objetivo de la educación es formar seres aptos para gobernarse a sí mismos, y no para ser gobernados por los demás”.

11/12/2008

¿Por qué no?

Era un día gris, oscuro, lluvioso y hacía frío. A priori parecía un día triste, pero en realidad me sentía feliz. Como cada vez que me apetecía reflexionar sobre mi vida me iba a aquel rincón en la playa donde observaba el horizonte durante horas y meditaba sobre mí. Y pasaron las horas, y no recuerdo las veces que sonreí al cielo dando gracias por tenerte, por sentirme tan feliz, por complementarme, por ser esa parte de mí de la que nunca supe nada hasta que te vi por primera vez y tu mirada helo la mía, me heló el cuerpo y el alma.

Durante un instante supe que aparecerías allí, porque tú sabías cuál era el rincón al que solía ir cuando estaba muy mal, pero también cuando estaba muy bien, en definitiva, cuando me apetecía encontrarme conmigo mismo, con esa parte que te entregué y que sólo podía ser mía en mi soledad, puesto que con tu presencia la embaucabas bajo tu poder, se rendía ante tus pies con solo una mirada, si sonreías deliraba y si se te ocurría rozarla con una de tus preciosas manos moría de placer.

Y viniste, sigiloso y cauto te acercaste hasta que estabas a pocos centímetros de mi espalda y, sin darme la vuelta, volví a sonreír al cielo porque sabía que tú también estabas sonriendo, porque me habías encontrado y porque, en aquel momento, los dos teníamos las mismas ganas de mirarnos a los ojos y besarnos. Me di la vuelta y allí estabas, espléndido, nuestras frentes, nuestros ojos, nuestros pómulos, nuestras bocas y nuestras barbillas quedaron a la misma altura, y como al son de una misma música nos acercamos lo justo para que nuestros labios se fundieran en ese beso que nos pedíamos sin palabras, que era nuestra clave secreta, ese beso que no podía faltar cada día, más tarde o más temprano, ese beso que busque durante tanto tiempo en otras bocas y jamás encontré hasta que probé la tuya y tu sabor quedó impregnado entre mis labios cual tatuaje grabado a fuego lento en la más frágil de las pieles.

Caminamos juntos por la arena de la playa, agarrados de la mano sin hablar, no hacía falta, nos conocíamos lo suficiente para que predijéramos con el más absoluto de los aciertos lo que cada uno decía con los ojos. En aquel momento recordé cuando nunca antes había creído que algún día sintiera algo así por alguien, y nos abrazamos otra vez en la orilla de la playa, nuestros cuerpos se devolvían el calor como en el más perfecto sistema de retroalimentación, protegiéndonos de la brisa helada que hacía aquel duro diciembre. Aún así, decidimos quitarnos los zapatos y acercarnos un poco más para sentir el agua en nuestros pies. Descalzos avanzamos apenas un metro y, cuando una pequeña ola murió en la orilla y su espuma blanca estuvo a punto de rozar mis pies sentí en ellos la baja temperatura del agua que recorrió mis piernas, me contrajo el estómago, me hizo apretar los dientes y cerrar los ojos.


Para cuando volví a abrirlos estaba tumbado en mi cama y un rayo de sol me encandilaba. Tanto silencio me inquietó, me incorporé lentamente, desconcertado porque no sabía cómo había llegado hasta allí. Pasaron apenas unos segundos, cuando me di cuenta de que no existías, de que eras producto de mi imaginación, de que venías solo de noche cuando yo estaba dormido, que te había creado en sueños según mi voluntad, y que todo aquello que me esmeraba por encontrar de día, solo lo conseguía de noche. Eras efímero en mis pensamientos pero tu imagen se desvanecía en mi mente para volver cada noche a surgir de un lugar que aún no sé exactamente si es real o es tan ficticio como tú.

Como dijo George Bernard Shaw, “algunos hombres ven las cosas como son y se preguntan por qué. Otros sueñan cosas que nunca fueron y se preguntan por qué no”...

07/12/2008

Cobarde por amor

Iba yo camino al trabajo cuando, por casualidad, escuché la melodía de una canción que empezó a gustarme mucho, presté atención y empecé a escuchar al que cantaba, seguí atendiendo y pude escuchar algunas frases de la letra que terminaron por enamorarme...

(…) y correr dicen que es cosa de cobardes (…) yo lo soy y no me importa confesar que más que nadie, pero aquí ¿quién no es cobarde por amor? (…) perder a quien se ama con la furia que desata el huracán, comprobar que en casa ya no espera nadie y que no hay nadie a quien puedas esperar (…)


En los ratos libres a lo largo del día, adelantaba en mi lectura de Cosmofobia (Lucía Etxebarría) y encontraba cosas como éstas:

"Amor y deseo son cosas diferentes, que no todo lo que se ama se desea ni todo lo que se desea se ama"
"(…) que en la vida hay siempre molinos de viento contra los que uno no puede luchar, porque esos molinos no se mueven nunca de su sitio y siempre están moviendo las aspas en la misma dirección, (…) así que lo mejor es dejarlos donde están, inamovibles, y olvidarse de ellos y continuar camino, que ellos sigan a merced del viento agitando las aspas como quien proclama a gritos una verdad (…) la pluma es la lengua del alma, pero al alma a veces no la entiende nadie"

A veces pienso que aunque nos empeñemos en quitarle hierro al asunto del “amor”, al fin y al cabo todos terminamos cayendo en sus zarpas, siendo víctimas de su veneno, tropezando con él como si las mismas piedras vivas aparecieran una y otra vez en nuestro camino o como molinos de viento que, aunque no se mueven de su sitio, nos empeñamos en volver a visitar.

Esta melancolía o nostalgia que de repente descubro en mí y que no sé bien a qué viene tal vez no sea otra cosa que ganas de sentir que sigo vivo, que puedo querer y encontrar a quien me quiera, que puedo dedicarle una canción a alguien y escuchar la que alguien me dedique, querer lo que no se tiene o, tal vez, no sea otra cosa que la tontería de un domingo aburrido en el que me toca trabajar, ¿verdad?

Y es que ¿quién no ha sentido que una canción o un libro dice algo mejor de cómo tú mismo podrías expresarlo?, ¿quién no ha mirado al futuro y ha hecho planes alguna vez con alguien invisible?, ¿quién no ha visto una película de amor y se ha imaginado como protagonista?

Y es que ¿quién no ha sido cobarde por amor?

06/12/2008

El viaje de vuelta (II)

(...)

Con sus compañeros tenía poca relación y solamente hablaba con alguno que otro, chico, eso sí. Las chicas la envidaban por la implicación que Natalia mostraba en su trabajo, la envidiaban porque la creían perfecta. Un mal día, Carlos, un compañero, decidió ir a la oficina del jefe y proponerle una estrategia basada en un tema de patrocinio que ayudaría a mejorar la imagen de la empresa; propuesta que días antes le había contado Natalia, recibiendo alguna respuesta evasiva y de desaprobación. Al jefe le pareció tan maravillosa que se llevó a cabo en cuestión de días y Carlos se ganó una serie de comisiones. Por supuesto, éste nunca dijo que aquello no había sido idea suya.
Rendida ante lo que llevaba cuatro años soportando, Natalia no mostró interés alguno en reprocharle nada a Carlos, pues no serviría de nada y se limitó a pasar el rato del café de cada día, sola, pensando en lo injusto de la situación, en la falsedad que movía aquella compañía por el libre mercado y lamentaba que, a estas alturas de la película, aún fuera cierto que para que a una mujer se le valore el trabajo tanto como a un hombre, debería de hacer un esfuerzo doble o, incluso, triple. Y pasaban los días y ella se iba en las vueltas que daba el café que cada mañana tomaba, pensando, esperando que algún día todo pudiera cambiar.
Escuchó aquella voz enlatada que se le antojaba familiar, que decía: fin del trayecto, y regresó de sus pensamientos a la realidad. Se puso en pie, abrochó dos botones de su abrigo y se preparó para esquivar lo mejor que pudiese la lluvia que caía del cielo, amenazadora y con toda la fuerza que a ella le faltaba en ese momento. Salió del tranvía y cruzó la calle, se iba refugiando de la lluvia como podía de camino a su casa, donde la esperaría su madre, mujer soltera y que, mucho más infravalorada que ella, luchó por sacarla adelante en otro tiempo en que una mujer no era más que la sombra de un hombre. Cuando llegó al portón de su edificio sacó las llaves e introdujo con acierto y costumbre la que abría la puerta de aluminio; se detuvo por un momento y pensó en su madre, que la esperaba en el cuarto piso, pensó en lo parecidas que eran tanto física como interiormente. Sostuvo la puerta con una mano y volvió su vista al cielo, mirando el agua que caía de las nubes grises que anunciaban tormenta, sabiendo que aquella lluvia que estaba mojando su vida, igualmente, volvería a caer mañana con la misma intensidad.

¡FIN!

04/12/2008

El viaje de vuelta (I)

Aquí te dejo la primera parte de un relato corto que el curso pasado presenté a un concurso de literatura que hubo en mi facultad en celebración del día del libro; concurso del cual no recuerdo ni el nombre, pero que tampoco gané. El concurso consistía en escribir un relato corto que comenzase obligatoriamente con la frase "Como no podía ser de otra forma, estas cosas sólo pasaban en su compañía" y, además, tenía que guardar relación alguna con la foto que aparecía en el cartel, que era una imagen del tranvía de Tenerife... y éste fue el resultado.
Pronto subiré la segunda parte. Espero que te guste y que opines en los comentarios.


EL VIAJE DE VUELTA

Como no podía ser de otra forma, estas cosas sólo pasaban en su compañía. O eso creía. Un día más volvía del trabajo en aquel tranvía que detestaba por haber quebrado la ciudad en dos, pensaba en sí misma y en porqué se dejaba llevar hacia donde el destino dirigía su vida si ella quería nadar, precisamente, a contracorriente. Subía en tranvía porque era mejor que coger el coche en todo caso y seguir contaminando el aire que cada vez le faltaba más, como le faltaba en aquel momento, con el tranvía lleno de gente y mientras ella, mirando algún celaje, pensaba en su vida.


Natalia, sabedora del potencial empresarial que tenía, era consciente también de que había sido contratada como secretaria más por guapa que por inteligente y, aunque procuraba no arreglarse mucho para ir a trabajar, no podía burlar las miradas de su jefe y los comentarios con doble intención que rebasaban el umbral de lo que una mujer actual consideraría respeto. No podría decirse que aquello fuera acoso laboral, pero le molestaba profundamente. Y por ello se sentía infravalorada, se sentía objeto de las generalizaciones de la sociedad y de las pocas neuronas de su jefe y vivía en la hartura de no poder conseguir manejar su vida como ella quería.

Hacía cinco años y medio que había acabado su máster en Dirección y Gestión de empresas con notas lo suficientemente buenas como para poder saber aplicar toda aquella teoría a la compañía que cada noche soñaba crear, presidir y dirigir algún día. Era una trabajadora impecable y aprovechaba cualquier oportunidad para comentar posibles mejoras en su empresa y actuaciones que podrían dar un beneficio en un porcentaje lo suficientemente alto como para que aquellos sueldos que rozaban la esclavitud cambiaran, se sustituyeran los muebles y equipos viejos, se reformaran las oficinas y, aún con ello, los directivos pudieran embolsarse un buen pellizco. Pero los altos cargos que ella conocía apenas la escuchaban, mostraban interés solamente en sus pechos, sus piernas, sus manos, su pelo, sus labios o su caderas y, mientras ella les miraba directamente a los ojos y les comentaba las propuestas de mejora que había pensado, notaba como las miradas de aquellos hombres, mucho mayores que ella, recorrían su cuerpo rozando lo obsceno y, cuando finalizaba sus discursos, recibía por respuesta un “Natalia, eso no me parece buena idea ahora” o “Ése no es su trabajo” y nunca le dieron un voto de confianza, a pesar de que sus propuestas eran inmejorables.

02/12/2008

No es como otra cualquiera

Sincera, transgresora, directa, visceral, revolucionaria, polémica, culta, estupenda, divertida, buena madre y espectacular escritora son sólo algunas de las palabras que podrían usarse para definir a una mujer como ella, una auténtica sagitario, una más entre las demás pero que destaca por ser única y no mediocre.

Su nombre lo dice todo: Lucía Etxebarría. Ella nació en Valencia pero se trasladó a Madrid donde estudió Filología Inglesa y Periodismo y donde reside actualmente. Desde que escribió su primera novela (Amor, curiosidad, prozac y dudas – 1997) ya levantó polémica y no dejó indiferente a nadie, tanto fue así que al año siguiente ganó el Premio Nadal con “Beatriz y los cuerpos celestes”, una de sus mejores obras. Durante su intensa vida ha impartido clases de escritura de guión en Escocia, ha escrito guiones como por ejemplo el de la película Sobreviviré, adaptó su primera novela al cine, ganó el Premio Primavera en 2001 con “De todo lo visible y lo invisible”, reeditó su primera obra incorporando una parte nueva y recibió el Premio Planeta en 2004 con su segunda mejor obra, “Un milagro en equilibrio”. Además de todo ello, en 2001 fue investida Doctora Honoris Causa en Letras por la Universidad de Aberdeen (Escocia), en 2005 compiló y tradujo “La vida por delante: voces desde y hacia Palestina”, ha levantado sospechas sobre su sexualidad, ha sido acusada de plagio y, aún así, fue absuelta y su honor ha quedado intachable.

Junto con otras 12 escritoras reunió 13 relatos eróticos en un interesantísimo libro que titularon “Lo que los hombres no saben… el sexo contado por las mujeres” y que fue editado en 2008.

Si aún no la conoces y, después de lo que te he contado y has visto, no sientes la mínima curiosidad por ella es que entonces o no te gusta la lectura o aún no te has leído ninguno de sus libros.

Mi recomendación es: Beatriz y los cuerpos celestes (1998) y Un milagro en equilibrio (2004), sin duda alguna, sus dos obras maestras. Espero que, si los lees, los disfrutes tanto como yo.

Su página web: www.lucia-etxebarria.com
Su blog: Una Blog como otra cualquiera