20/01/2009

La oscuridad

Cae la noche, la oscuridad baña de azul oscuro y negro toda la costa, a excepción de algunos puntos de luz amarilla que iluminan modestamente el paseo de la playa y dibujan su silueta curva en la lejanía.

Me acerco, miro a mí alrededor, me gusta la noche, la tranquilidad, la oscuridad, y me dispongo a correr un rato, recorriendo todos los puntos de luz que marcan el camino, desde el principio hasta el final.

Mi pulso y mi respiración se aceleran y voy notando como el corazón va bombeando cada vez más sangre. Con mayor frecuencia doy bocanadas de aire fresco de olor salado proveniente de las olas del mar y me gusta la sensación. Noto, incluso, como algunas gotitas de agua del mar me salpican la cara, y manteniendo el ritmo del trote, cierro los ojos y sigo inspirando el oxígeno que el mar me da y espirando el dióxido de carbono que yo le devuelvo. Necesitaba, no solo expulsar toxinas, sino también, notar como por los poros de mi piel salía el estrés, la tensión, la melancolía, los nervios, y toda la energía negativa que pueda haber tenido acumulada.

Sigo corriendo, cada vez me falta más aire, pero es una sensación agridulce, no quiero parar, me gusta sentirme así y la oscuridad me llama. Me voy metiendo por todos los rincones donde los puntos de luz no alcanzan, no se ve nada, esta todo oscuro y me muevo mejor por allí, con las pupilas dilatadas, que incluso donde hay luz. De repente me da un morbo terrible y deseo que la oscuridad cobre vida, le pongo cara, boca, ojos, manos, cuerpo, piernas, sexo, voz… y deseo que me llame, que pronuncie mi nombre y me invite a acercarme, a tocarle, a besarle y a quedarme allí, fundido en un solo cuerpo, convertido en piedra, acoplado a la pared o al suelo y formando parte de la oscuridad que tanto me gusta.

Voy disminuyendo el ritmo y ya empiezo a caminar en dirección hacia el coche, me subo, lo arranco y conduzco ligero, dejándome llevar, a poca velocidad, estoy tranquilo, relajado, liberado, en definitiva, me siento bien. Llego a casa y me meto en la bañera, bajo un chorro de agua bien caliente y me encanta notar como cae por mi cara, por mis hombros, por mi espalda, por mis piernas, mientras inhalo el vapor y lo noto entrar en mí, llegar a todos los rincones de mi pecho y volver a salir, dándome placer.
Justo después pretendo meterme en la cama a la temperatura adecuada para dejarme dormir prácticamente desde que cierre los ojos y regresar a ese sitio de donde soy, de donde vine, donde tan bien me desenvuelvo, ese sitio que tan bien conozco y que tanto me gusta… regresar a la oscuridad.

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