14/05/2009

Recuerdos

Nos encanta recordar, asociamos lugares, objetos y palabras con personas, vivencias y pasado, guardándolos en nuestra mente hasta que un día un golpe de luz en tu mente te trae de nuevo imágenes, situaciones, recuerdos… recuerdos que no sabes si son tal y como los recuerdas, recuerdos que jamás sabrás si son de verdad.


Hoy ha sido un día de recuerdos y no precisamente de los buenos. He visitado un lugar que frecuenté durante mi infancia, un lugar que a día de hoy y después de 19 años me sigue poniendo nervioso. Cuando me pasaron a la sala y me senté en aquel sillón frío, gris y rígido miré a mi alrededor y me di cuenta de que mi mente me había jugado una mala pasada, nada era como lo recordaba, todo era mucho más pequeño que las imágenes que mi recuerdo me estaba enviando de vuelta y ahora, todo era menos frío que entonces, ya me era familiar.

Recuerdo haberme sentido pequeño en aquellas cuatro paredes, haber sentido el frío del sillón en mi piel y la tristeza de unas paredes que nunca escuchaban nada positivo mientras yo permanecía entre ellas. En realidad todo siempre fue del mismo tamaño y fui yo el que crecí, pero no puedo cambiar mis recuerdos.

Y la historia se repite. Aquel olor a limpio, la poca luz que entraba por la persiana, el ligero murmullo de la gente que habla en las habitaciones contiguas y aquellas paredes blancas. Aquellas paredes, hoy, volvieron a escuchar malas noticias, nada positivo, ni un ápice de optimismo. Y mientras las palabras se me clavaban como cuchillos una y otra vez al recordarlas y mi estomago se encogía hasta hacerme casi llorar, salí de allí con la cabeza gacha, la sonrisa desdibujada, las pupilas dilatadas y repitiendo una y otra vez lo mismo: ¿por qué?

Dos minutos más tarde se me borraron aquellas palabras de mi mente, se me volvió a dibujar la sonrisa y volví a levantar la cabeza, llenando todo mi cuerpo del optimismo que en aquella habitación brillaba por su ausencia. Da igual lo que haya pasado, da igual que no hayan sido buenas noticias, da igual que todo tenga que ser como hasta ahora y no pueda deshacerme de esto que tanto me molesta, ¿qué más da?, no importa y ¿sabes por qué? Porque lamentarse por las pequeñas cosas, venirse abajo porque nada salga como esperas y querer que todo sea ideal es una postura egoísta. Los hospitales están llenos de gente que tiene la vida colgando de un hilo, niños, adolescentes, adultos y mayores que cada día luchan por seguir adelante, sin quejarse, sin lamentarse, con la más fuerte de las ganas y la más grande de las fuerzas.

Después de que mi mente me haya traído al presente algún recuerdo de esos que no sé si son mentira o verdad, pensé que no tengo derecho a estar mal y que mi vida, mi fuerza, mi felicidad, mi optimismo y mis ganas de hacer todo lo que me apetezca, donde primero empiezan es… en mí mismo.

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