24/06/2010

Auténtico sentido


"Por mucho que sepa que no es así, una parte de mí misma siempre siente que la vida no tiene auténtico sentido si no la compartes con alguien. Quizá es eso lo que me da miedo: que mi vida quiera sentido o que, de repente, lo pierda del todo…"
A. M.

20/06/2010

Persiguiendo la soledad

"-Un día cualquiera nos encontramos, nos miramos y sin ni siquiera conocernos ya íbamos a formar parte el uno del otro, nos habíamos unido sin lazos pero con nudos más fuertes que el acero. Nos acercamos, esquivamos nuestras miradas a la misma vez que las buscábamos, nos contradecíamos, queríamos pero no. Y sin saber nuestro nombre ya nos habíamos besado. Y sin saber nuestra edad ya nos habíamos desnudado. Y sin saber nada de lo que se supone debía interesarnos ya nos habíamos fundido en su cama, el uno el otro, dos cuerpos, dos pieles, dos corazones... Un mismo sentimiento. Algo nos atraía, quizá lo mismo que nos separaba. Nuestra inseguridad se acrecentaba acelerando tan rápido como la atracción que sentíamos y nos hacíamos más fuertes por dentro, más débiles por fuera. Nos veíamos a menudo, negando lo obvio, obviando lo banal, banalizando la realidad. Al principio follábamos, sí, dejados llevar por nuestra libido que alcazaba su punto más álgido. La mía en él. La de él en mí. Y a medida que pasaba el tiempo sucumbíamos a lo desconocido, a un terreno suave, dulce, hermoso, pero movedizo, incierto, inestable. Tan inseguro como nosotros. O, tal vez, nuestra inseguridad lo impregnaba y, por eso, quisimos ignorar que sabíamos de antemano que nos hundiríamos en aquel pantano. Y caíamos y nos levantábamos y hacíamos el amor y volvíamos a vernos, a odiarnos, a amarnos en secreto de nosotros mismos, sin hablar de aquello que nos ardía por dentro y así, nos enamoramos. Nos quisimos tanto como tanto daño nos hicimos. Y empezamos a menguar, a olvidar, a creer que era mejor el camino que, suponíamos, nos convenía que el que realmente sentíamos, el que verdaderamente queríamos. Y así, con el tiempo y casi sin darnos cuenta nos separamos. Él se fue, yo me quedé, o fui yo quién se fue y él quien se quedó. No lo sé. Pero sí sé que lo que cuento no sé si es un sueño o si mis recuerdos se han mezclado con la fantasía para traerme esta historia al presente de una forma renovada, para que ya no me hiciera tanto daño, para seguir negando que al fin y al cabo, nunca amé, nunca quise, nunca me dejé llevar; para recordarme que lo único que hizo, que hice, que hicimos, y en lo único que agotamos nuestra juventud fue en perseguir la soledad."

17/06/2010

Tengo que empezar a aprender a decir NO... Sobre todo a mí mismo.

07/06/2010

Solitario


Hasta el nombre del juego lo señalaba, lo apuntaba, lo amenazaba, le hacía recordar lo que era.

Jugaba, sin ton ni son, viendo cómo las manecillas rodaban suaves, pasaban lentas, pausadas por encima de los números, viendo cómo el sol empezaba a calentar, llegaba a quemar y volvía a enfriarse, escondiéndose. Jugaba y eran más las veces que perdía que las que ganaba y, cuando esto ocurría, a penas se alegraba. Su triunfo no le sonaba a victoria, no sabía a gloria ni a felicidad. Ganar no era una oportunidad que le daba el destino, era apenas las migajas que los felices habían dejado atrás, olvidándolas, sin ni siquiera mirarlas. Sus cartas iban perdiendo el color al mismo ritmo que también sus ojos perdían el brillo, al mismo tiempo que su piel caía y su cuerpo, junto con su alma, empezaban a dejarse llevar donde alguien que ni siquiera existía los llevara: a ninguna parte.


Y las horas, los días, las semanas y los meses pasaban. Y aunque albergaba alguna esperanza oyendo las canciones de amor que sonaban, en el fondo, en ese oscuro fondo donde nadie había llegado jamás, estaba la verdad, su verdad, la que te tocaba vivir: el amor sería, para él, sólo cuatro letras que un día un loco había juntado por capricho, por azar, por rebeldía, por empeño, casi por aburrimiento.


Aquel oscuro hombre que desafiaba el tiempo y que miraba a los demás viendo en ellos su sueño hecho realidad, aunque no le perteneciera; que bebía buscando y olvidando no sabía el qué, aquel, que se empeñaba en permanecer sentado en el fondo del bar, jugando a su juego de cartas favorito, sabía cómo le veían los demás.

Hasta el nombre del juego le hacía recordar lo que era y sus desgastadas cartas le gritaban, intentando así impedirle soñar, volar y vivir; y aunque las cosas que imaginaba eran sólo eso, imaginaciones, el hombre solitario seguía queriendo creer que, algún día, dejaría de serlo...