Eres dolor, eres una caída desde lo más alto para luego renacer con mayor fuerza, eres rabia y ganas de luchar, eres muchas cicatrices que, aunque sangran al recordar quién te las hizo, sabes que jamás volverán a ser abiertas. Hueles a incienso, a tierra mojada, a hierba recién cortada, tienes el frescor de una mañana de primavera, de la llovizna escurriéndose entre los pétalos de las flores, pero también el frío de una noche oscura en invierno, en la que la luna, altiva, te observa, te canta, te aconseja, te hipnotiza, te hace suya. Eres parte de un mundo incomunicado, al que no se llega con sólo desearlo. Para llegar a ti tiene que haber algo más, algo que, aunque lo reconozco si lo veo o lo siento, me cuesta mucho explicarte lo que es.
Me sabes a canela y a cacao, a trigo, a menta, a miel y a azúcar, a sal, a fruta ácida pero dulce a la vez. Eres algo que no puedo dejar de probar, una droga que en vez de ser letal sé que me hará longevo, que me dará alas para volar a donde quiero, que soplará viento a mi favor, me llevarás y me arrastrarás de nuevo y de vuelta hacia tus brazos.
Eres magia, ternura y soledad, fuerza, coraje y valentía. Eres fragilidad, cautela y sensibilidad. Musa de mi vida, vida de mi razón, diva de mi ser. Todo junto en una sola mujer, pero muchas a la vez viviendo de un solo latir.
Eres tú. Eres mía. Y a la vez no.
