Hasta que lo pierde. O hasta que no puede disfrutar de ello.
Siempre odié los domingos, me aburría sin hacer nada y me parecían una pérdida de horas en vano. Todo cerrado, poca gente en las calles, nada especial qué hacer ni nadie especial con quién intentar hacer algo.
Tuve que perderlos para empezar a darme cuenta de lo mucho que pueden aprovecharse y valorar lo bueno que puede llegar a ser quedarse en casa viendo la peli de las 16:00, dando un paseo por tu pueblo o ciudad o, simplemente, leyendo un buen libro sin más compañía que sus páginas, en la playa y a la luz de un atardecer como éste...
Tú que puedes, ¡disfrútalos!
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