30/11/2011

El hombre de tu vida

"No puedo ser el hombre de tu vida porque ya soy el hombre de la mía".

12/11/2011

Las chicas malas, las cosas buenas

Es por todos conocida aquella famosa cita de Mae West en la que reza que “las chicas buenas van al cielo, pero las malas van a todas partes”.

Y hubo un tiempo en el que Mónica Naranjo fue una chica mala. Un tiempo en el que olvidó, en el que sobrevivió; un tiempo en el que pudo ser cruel y en el que lejos ganó libertad y perdió la fe. No sintió pena, no supo perdonar, jugó al amor, se pintó locuras en la piel, le costaba creer y se tornó libre para siempre, jurando no entregarse nunca a nadie. Y pasó, pasó de ti, tío.
Muchas cosas fueron las que acontecieron en la vida de aquella chica mala. Algunas de esas historias nos fueron contadas de la mejor de las maneras en que pudo hacerse, nos las cantó a viva voz, alzándola y desgarrándola cuando debía gritarle al mundo su pensamiento, calmándola y susurrándola cuando tenía que pronunciar te quieros y palabras de amor. Pero hay historias que jamás nos fueron relatadas de ninguna de las formas, historias que por un largo tiempo permanecieron encerradas en un cajón, ocultas en un rincón de las mentes de los protagonistas o incluso enterradas en el olvido, ese que a veces se empeña en recordarnos lo que no queremos. Y hubo que hacer un sacrificio. Hay veces que debemos sacrificar algunas de las cosas que queremos o en las que creemos para conseguir otras que, se supone, que nos van a reportar algo mejor.
Como buena chica mala, ella no iba a llorar, ¿de qué le servía ya? La imposición y la ambición debían hacerse amigas y a la vez, amistarse con ella para seguir, para vivir, para obtener lo que se perseguía. Y así pasó el tiempo. Diciéndose a sí misma que no iba a llorar pero llorando lágrimas de escarcha, cuando nadie la veía, cuando nadie podía oírla sollozar, y al tiempo, sin que nadie se diera cuenta, iba congelando con sus lágrimas y a su paso lo que ya creía inerte, sin sentido, aquello en lo que no debió creer. Pero como una supuesta y buena chica mala, aquella mujer se reponía, peinaba su melena de caballo, pintaba sus ojos de esfinge y sus uñas de felina, se desvestía de su piel y se enfundaba en las de otra mujer, caliente en la ejecución de sus movimientos de serpiente encantadora, salvaje en la agresividad de su mirada escandalosa y ardiente en sus imponentes pisadas a cada escenario.

Un buen o mal día, aún está por descubrir qué, algo pasó. Una historia paralela a esta historia que jamás nadie nos contó. Pero Mónica, la mala, se liberó de los disfraces, de las cadenas, de las torturas, de las imposiciones y, una vez más, volvió a sacrificarse por obtener algo que creía más importante, que imaginaba mejor, que soñaba precioso y feliz. Lo que aquella chica mala no sabía es que esta vez sí que lo conseguiría, esta vez no tendría que vestirse de nadie, no tendría que dejarse guiar por mentes perversas ni poner capas de pintura puesto que el carmín natural de sus labios era el más bonito, el que más le gustaría y el que desearía tener de ahora en adelante. Y así sucedió.
Hubo un tiempo en el que Mónica Naranjo fue una chica mala. Un tiempo en el que, como a todos nos ha pasado alguna vez, quizá dejo de creer en su instinto. Y aunque Mae West se haya empeñado en creer que los malos son mejores, yo le digo a esa gran mujer que “mala se nace, no se hace y también se muere” y Oscar Wilde, que fue un señor muy inteligente le dice que “es absurdo dividir a la gente en buena y mala; la gente es tan sólo encantadora y aburrida”; así que querida Mae, nuestra Mónica nació buena y encantadora y como no hemos hecho sino pedirle que no cambie nunca, nuestra Diva será siempre así, buena, será siempre la mejor y nunca mala, como nunca lo fue.

Y aunque esta historia pueda parecer triste a priori, no es más que una forma de demostrar que creer en uno mismo es siempre el mejor camino, que nunca es tarde para serlo y que de lo vivido siempre quedan recuerdos, lecciones, aventuras que nos enseñaron a caminar en equilibrio, caminos sin salida en los que siempre podremos recular y, al final del desvío correcto, canciones, muchas canciones y buenas canciones que podemos disfrutar y vivir con la misma intensidad con la que Mónica, nuestra protagonista, nos ha enseñado siempre, y seguro que sin apenas darse cuenta, que es la mejor chica buena que conocemos.